Nueva cosmovisión

PLANETA EN EL SISTEMA SOLAR BUSCA UNA NUEVA COSMOVISIÓN

Los habitantes del planeta Tierra estamos en un punto complicado y decisivo de nuestra historia; nos enfrentamos simultáneamente a tres crisis, la económica, la medioambiental y la social. Pero, a pesar de que los tres ámbitos están en crisis, en general, las políticas sólo se están ocupando de solucionar la situación económica. Nos falta hacer un “zoom out” para darnos cuenta de que el sistema económico que intentamos rescatar es el que a su vez ha generado las otras dos crisis. El hecho de que sigamos aplicando viejas teorías para reparar los problemas que ellas mismas han causado —a la vez que tímidamente buscamos por separado soluciones para las cuestiones medioambientales y sociales—, arroja un panorama mundial con contradicciones a varios niveles. Mi propuesta es reestructurar las prioridades y que tanto los gobiernos como los ciudadanos tomemos decisiones desde otra perspectiva.

Nuestras crisis en el planeta azul

Comenzaré ejemplificando la naturaleza de las crisis en las que estamos inmersos. En cuanto a la crisis medioambiental podemos observar que desde que comenzamos a usar la energía del carbón no han parado de aumentar las emisiones de CO<sub>2</sub>; generadas principalmente por la ganadería industrial y el uso de combustibles fósiles. Las negociaciones para mitigar los efectos del cambio climático comenzaron en 1990 y, según John Reilly, economista del MIT, parece que “cuanto más hablamos de la necesidad de controlar las emisiones, más crecen estas”i.

En la Cumbre de las Naciones Unidas sobre el clima de 2009 en Copenhague los países más contaminantes firmaron un acuerdo no vinculante por el que se comprometían a que las temperaturas no aumentaran más de 2 ºC. Esta es la cantidad que políticamente se ha acordado como límite “seguro”; como punto de inflexión que de superarse, desencadenaría consecuencias medioambientales descontroladamente sin que ya podamos hacer nada al respecto. Sin embargo, en un informe del 2012, el Banco Mundial estima que con el ritmo actual de crecimiento de emisiones nos estamos encaminando a una subida de 4 ºC para finales de este siglo y añade que esto “provocará olas de calor extremo, disminución de las existencias de alimentos a nivel mundial, pérdida de ecosistemas y biodiversidad, y una elevación potencialmente mortal del nivel de los océanos”ii.

Si a este panorama le sumamos el aumento de la población previsto para este siglo (problema del que hablaré más adelante), fácilmente podemos prever que las personas en situación de vulnerabilidad incrementará alarmantemente y que supondrá una crisis humanitaria a una escala nunca vista, donde se pondrán en tela de juicio algunos aspectos como la seguridad alimentaria y la integridad física de las personas.

El medio ambiente —y nuestra existencia— no se ve únicamente amenazado por la subida de la temperatura del planeta. A la crisis medio ambiental también contribuyen el agotamiento de los recursos limitados que ofrece la naturaleza y la acumulación de residuos no biodegradables en nuestros mares o en los países más pobres. La primera realidad plantea qué nuevo modelo vamos a adoptar para garantizar la seguridad energética en un futuro; se tiene que tratar de energías renovables que no tengan implicaciones geopolíticas. La segunda no solo atenta contra la salud de los habitantes del planeta (por ejemplo, por la contaminación de nuestros alimentos con metales pesados), sino que también cuestiona la ética de los países ricos para con los países pobres. Y esto para mí muestra una doble cara en las relaciones internacionales: por un lado promoviendo una gobernanza global y una Declaración de los Derechos Humanos, pero por otro, lo que muestra la realidad es que no todos los ciudadanos de la Tierra son de la misma categoría.

Las condiciones actuales de las relaciones humanas nos llevan entonces a la segunda crisis en cuestión: la crisis social. Para mí esta crisis se da a dos niveles. El primero tiene que ver con la relación Norte-Sur y la profunda brecha de desigualdad entre las dos partes. Aunque el periodo colonialista ya ha quedado atrás, actualmente los países más ricos siguen abusando de su supremacía económica en detrimento de los países emergentes. Lo hacen, por ejemplo, deslocalizando sus fábricas y de esta forma se desentienden de los efectos colaterales que esta forma de producción genera en los países afectados: contaminación sin regulaciones y condiciones laborales explotadoras. También tienen más voz y voto en las instituciones financieras supranacionales, por lo que los países del Sur tienen que acatar sus normas del juego. En los países emergentes 1200 millones de personas viven con menos de 1,25 dólares al día, unos 800 millones de personas sufre hambre crónica en el mundo y cada día mueren 35 000 personas de hambre. Mientras tanto, los gobiernos están destinando al año para gasto militar cuatro veces la cantidad que el PNUD estima necesaria (unos 400 millones de dólares) para resolver los problemas más graves en materia de sanidad, educación, agua y alimentación.

El segundo nivel de la crisis social se da en los países del Norte donde se ha equiparado el nivel de consumo con el nivel de felicidad; y por eso sus habitantes se consagran a un modo de vida esclavo que les permita ascender en la escala social y acumular posesiones para alcanzar la felicidad. Se ha demostrado que un aumento de riqueza inicial que contribuya a tener las necesidades básicas cubiertas sí que está relacionado con un mayor bienestar, pero un desarrollo más allá no trae consigo necesariamente más bienestar. De hecho, en Estados Unidos el PIB se ha incrementado un 40% desde la II Guerra Mundial y, aun así, en el 2009 el 49% de la población no se sentía feliz. La crisis social se acentúa cuando tenemos en cuenta la explosión demográfica que se prevé para los próximos años (9500 millones para el 2050) en un planeta no sólo de recursos limitados, sino con unos niveles de consumo en aumento.

El crecimiento de la población, los efectos del cambio climático y la desigualdad con tendencia a la alza propiciará un escenario de flujos migratorios intensos, lo que ya se está viendo que deriva en el cierre de fronteras y el levantamiento de muros; según el Eurobarómetro de 2015, la inmigración se ha convertido en una de las principales preocupaciones para los europeos —y el 74% de los europeos apoya la creación de un cuerpo de policía para seguridad y defensa—. Fortalecer las divisiones cuando encaramos problemas globales que nos afectan a todos no tiene mucho sentido.

Por último, la crisis económica, que no comentaré mucho porque ya nos han bombardeado suficientemente con este problema los últimos años. Aparte de tasas de crecimiento negativas y altos niveles de desempleo, esta crisis se diferencia de las anteriores en que está coincidiendo con crisis en otros ámbitos. No solamente afecta a más países que nunca, sino que entraña, además del económico, los dos ámbitos que he ejemplificado anteriormente; por ejemplo, durante la Gran Depresión de los años 30 la noción de que los recursos son limitados era más lejana, todavía no nos acechaban los peligros por la subida de la temperatura y la desigualdad no avanzaba a pasos agigantados.

Con esta visión en conjunto, podemos observar que el sistema que está en crisis, el capitalista, está basado en principios, algunos de los cuales como la competencia, el lucro y la acumulación son en gran medida impulsores de las crisis medioambiental y social.

Por lo tanto, la solución de una crisis económica capitalista podría suponer el empeoramiento de la situación a nivel global. Por esta razón, creo que para salir de esta crisis económica –y para no recaer– necesitamos algo más que los clásicos ajustes en materia financiera. La situación exige una restructuración más profunda, tal y como muestran las palabras del político indio Rajni Kothari: “I believe that every major new human experience calls for a new theoretical response, different from all early ones: a new theoretical paradigm is not just a mental construct but a response to a new empirical reality”iii. Ante estos argumentos, cabe preguntarse, ¿por qué en vez de investigar qué modelo económico, ecológico y social queremos adoptar, nuestros políticos centran su agenda en salvar un sistema económico? ¿Por qué no buscan respuesta a los retos que atentan directamente contra la preservación de nuestra civilización?

Desde mi punto de vista, se debe a que el capitalismo se ha instaurado sólidamente en todas las esferas de nuestra vida; hasta el punto que podríamos decir que Occidente se rige por una cosmovisión capitalista y, por eso, nos resulta inconcebible apostar por medidas que no contribuyan al crecimiento del PIB. Ha trascendido su labor como herramienta económica y se ha instaurado en la psicología de nuestras culturas. Define quiénes somos, qué queremos y qué nos hace felices. ¿A qué se debe la dominancia de este método económico que ha monopolizado nuestras culturas?

Breve historia de un triunfo

Las primeras características de un sistema de gestión de recursos capitalista no se observan hasta los últimos siglos de la Edad Media, cuando la vida económica se traslada de los feudos a las ciudades. Aumenta la manufactura y el comercio, y surgen la burguesía y la figura del banquero; y con ellos, las ideas embrionarias del capitalismo: lucro, riquezas, control de los medios de producción y expansión comercial.

La acumulación de riqueza en la primera fase del capitalismo (mercantilismo) se produjo a través del comercio de especias y materias primas provenientes de las nuevas colonias. La segunda fase, la que se originó con la revolución industrial, se caracterizó por la invención de máquinas con una enorme capacidad para transformar la naturaleza, de modo que la acumulación de riquezas se basó en el comercio de productos industrializados. La tercera etapa, en la que nos encontramos, se denomina capitalismo financiero. Se traslada el capital industrial a la banca y las ganancias se obtienen a través de la negociación de acciones, divisas y otros productos financieros; otra característica en esta etapa es el fortalecimiento de los sistemas de crédito para la adquisición de bienes raíces, coches…

Por un lado, con este brevísimo resumen histórico podemos ver cómo el sistema se ha ido alejando del comercio tradicional de materias primas y productos básicos para pasar a ser un mercado con suelo de parqué donde los productos pueden comprarse y venderse varias veces antes de ser cosechados o manufacturados (en el mundo actual se mueven 60 veces más bienes que los que realmente hay).

Por otro lado, podemos analizar por qué motivos triunfó y ha llegado a nuestros días de esta forma. En un principio permitió —y permite— la movilidad entre clases sociales; es decir, desechó la creencia de que por nacer en una familia pobre estabas destinado a morir en las mismas condiciones. Además, los economistas afirman que los principios de lucro y acumulación incentivan la innovación y que gracias a eso hemos visto grandes avances tecnológicos. Por el libre mercado y la competencia, la demanda va regulando qué se produce, así como la cantidad y la calidad, y de esta forma se ha logrado cubrir con creces las necesidades de la población. Y durante los años que ha estado vigente este sistema se ha observado que el aumento del PIB correlaciona con una disminución de la pobreza —y, hoy por hoy, algunos economistas afirman que esta sigue siendo la única herramienta que conocemos para erradicarla—.

Estas pueden ser algunas de las razones que lanzaron al estrellato al capitalismo, impulsado por el hecho de que a finales de los 90 fracasó el único sistema alternativo que había. Y es cierto que la calidad de vida de las personas en Occidente ha mejorado de forma inconmensurable desde la época feudal. Sin embargo, sus beneficios tienen un alto costo humano y medioambiental para la inmensa mayoría del planeta; sobre todos desde que la economía ha tomado este cariz especulativo. Los que gozamos de un sinfín de comodidades en nuestro día a día y sentimos que nuestros derechos más básicos están protegidos y garantizados, no somos la mayoría. Somos los locales que no vemos más allá de nuestras fronteras, y que nos planteamos cerrarlas para que no se tambalee nuestro pequeño paraíso. ¿Es posible que el capitalismo como sistema económico fuese el catalizador de algunos cambios sociales y tecnológicos necesarios, pero que una vez la sociedad ha alcanzado cierto nivel de bienestar la gestión de recursos tiene que hacerse bajo otros principios? ¿El bienestar de unos tiene que suponer necesariamente el sacrificio de otros?

La fama es efímera

A mi parecer hay varios indicios que refuerzan la idea de que mantener el capitalismo después de haber alcanzado cierto nivel socioeconómico es contraproducente para la inmensa mayoría y solo beneficia a una ínfima parte de la población. Creo que la teoría del crecimiento económico funcionó durante unos siglos muy particulares de la historia de Occidente, por la magnitud de los cambios. Se inició en un momento en que los recursos estaban prácticamente por explotar y la mayoría de la población por empoderar: había mucho que hacer (aunque no justifico que la forma de hacerlo fuese la más adecuada y ética, pero eran otros tiempos).

Sin embargo, en las últimas décadas nos hemos ido encontrando escollos es el camino: una crisis a nivel global; una alta tasa de paro entre la generación mejor preparada de la historia; el aumento de la temperatura de la Tierra y sus amenazantes consecuencias; los límites de los recursos del planeta; población en crecimiento exponencial en los países del Sur y envejecida en los del Norte; reparto de la riqueza desigual (el 0,7 de la población mundial tiene el 42,5% de la riqueza mundial); libre movilidad de capital pero no de personas; una sociedad cada vez más preocupada por la inmigración; una educación que fomenta el individualismo y la competitividad; un sistema que para dar salida a su producción (y que crezca la economía) fomenta el consumo mediante la publicidad; una sociedad que busca la felicidad en un estilo de vida consumista; dos tercios del planeta sosteniendo el ritmo de consumo de un tercio, y aspirando a llevar algún día la vida de esta minoría…

Aun así, algunos principios del capitalismo están tan arraigados que seguimos apostando por el crecimiento económico como solución para salir de la crisis y no estamos evaluando un plan de acción que tenga en cuenta la complejidad social y medioambiental que entraña esta crisis económica.

Estamos en un laberinto sin salida: para que haya crecimiento económico tiene que seguir habiendo producción y lucro. Para que siga habiendo producción tiene que seguir habiendo explotación de materias primas y personas, y consumo. Para que siga habiendo consumo, tenemos que seguir creyendo que tenemos que comprar más cosas de las que realmente necesitamos (ya que si nos atuviésemos a cubrir nuestras necesidades básicas no habría negocio). Y para que siga habiendo lucro a toda costa se tiende a producir en países donde las normativas medioambientales y laborales son menos estrictas, con los costes sociales y medioambientales que esto conlleva.

Nuevas gafas para ver el mundo

Ante este panorama, quizá deberíamos empezar a cuestionarnos principios que hemos dado por sentado y que ahora aparecen en todas las ecuaciones del problema. Como, ejemplo, el crecimiento económico en general, y la importancia del PIB en particular. Ya están surgiendo algunas iniciativas en esta dirección y a continuación recojo algunas de ellas.

En la Cumbre de Río +20 en el 2012 se propuso la instauración del Índice de Riqueza Global (Wealth Inclusive Index). Economistas como Stiglitz, Sen y Fitoussi opinan que indicadores actuales como el PIB son “incompletos y se han quedado obsoletos para prevenir a tiempo crisis como la actual, de dimensiones globales, porque no aportan ninguna información sobre la presión sobre los recursos, las desigualdades sociales o un bienestar pensado a más a largo plazo”iv. El Índice de Riqueza Global mide todos los recursos de un país que contribuyen al bienestar de las personas (el capital natural, el humano y el derivado de la producción de un país) e intenta así ofrecer una imagen más real de la capacidad que tiene una nación para crear y mantener el bienestar de la población a largo plazo.

Por su parte, desde 1990 el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo publica anualmente cinco índices que reflejan el desarrollo humano: el Índice de Desarrollo Humano, el Índice de Desarrollo Humano ajustado por la Desigualdad, el Índice de Desarrollo de Género, el Índice de Desigualdad de Género y el Índice de Pobreza Multidimensional. Aunque no contempla el factor medioambiental, abarca los problemas más acuciantes de la realidad social. Junto con los resultados, en los informes se recogen propuestas para llevar a las agendas políticas. Estos también sirven para generar debate sobre cuestiones sociales que tienen que trabajarse cuando dos países con un PIB parecido obtienen índices de desarrollo humano dispares.

En Bután han tomado como base para sus políticas el Índice de Felicidad Nacional Bruta (FNB). Este índice se erige sobre cuatro pilares: política, economía, cultura y medio ambiente. En los años 70 el rey de Bután declaró que la FNB era más importante que el PIB, ya que creía en un desarrollo con valores. Lo que han hecho con este índice es cambiar lo que se entiende por objetivo en el concepto de desarrollo, que para ellos es la felicidad y el bienestar de las personas; no entienden el desarrollo como el aumento del beneficio económico. Esperan que la prioridad que el gobierno y los académicos están dando al progreso social vaya calando en la conciencia general de los butaneses.

Desde que hace 40 años introdujesen el índice FNB la mayor parte de los éxitos los han cosechado en materia de medio ambiente: el 72,5% del país está ocupado por bosques y más de la mitad del territorio nacional se ha declarado como espacio protegido. La mayor parte de la producción proviene de agricultura ecológica y las políticas en los siguientes 5 años están destinadas a mantener unos métodos de producción orgánicos y sostenibles. También tienen como objetivo cero emisiones en el sector transporte. Esta visión más holística es en mi parecer una aproximación más real a lo que significa el concepto de desarrollo, ya que tiene en cuenta factores que influyen directamente en el bienestar diario de las personas: como las relaciones familiares, la conciliación entre la familia y el trabajo, la salud, la educación…

El think tank británico New Economic Foundation (NEF, economics as if people and the planet mattered) sacó en el 2012 un informe con los resultados que arrojaba el Índice del Planeta Feliz. La intención de este informe es demostrar que el éxito de una nación se debe medir por su capacidad para generar bienestar y no por el volumen de sus transacciones económicas. Es el primer índice de desarrollo global sostenible, ya que tiene en cuenta, por un lado, el bienestar y la esperanza de vida de las personas, y, por otro, la cantidad de recursos utilizados. El resultado más revelador es que los países con una renta per cápita más alta aparecen más abajo en lista por producir una huella ecológica considerable. Estados Unidos aparece en el lugar 105 de 151 países.

La UE también está trabajando en la introducción de un indicador complementario al PIB (la initiativa Beyond GDP) con el mismo incentivo que los anteriores: medir el progreso teniendo en cuenta la riqueza real y el bienestar de las naciones, y para ello hay que incluir los aspectos medioambientales y sociales. Saldrá a la luz en octubre de 2016.

Estos son ejemplos de que hay cierta tendencia global de recalcular el rumbo. A pesar de vivir en la burbuja del consumo, nos estamos dando cuenta de que el indicador que hemos usado hasta ahora no refleja fielmente los retos a los que nos estamos enfrentando. El cambio de perspectiva puede originarse desde “arriba”; si los indicadores empiezan a reflejar de forma más realista la posición de un país en cuanto al nivel de felicidad y el respeto al medio ambiente, estaremos promoviendo valores muy distintos a los actuales.

¿Quién no ha oído alguna vez la frase de que tenemos que consumir para que no se estanque la economía? Sin embargo, ahora vemos como en las nuevas iniciativas están cobrando importancia los conceptos de felicidad y bienestar. Si las políticas promueven otras prioridades, como un consumo responsable o más tiempo para la vida familiar y las actividades sociales, poco a poco pasaríamos de ser consumidores empedernidos para llenar un vacío o lograr un estatus social a sentirnos más completos por tener una conexión más cercana con los que nos rodean.

Estas iniciativas políticas se antojan lentas cuando sopesamos la gravedad y magnitud de los retos actuales, y nos preguntamos qué pasa por la cabeza de los políticos. Por eso, la sociedad civil también está empezando a romper los esquemas hasta ahora conocidos. Algunos ejemplos son el movimiento decrecentista, las cooperativas para la producción y el consumo de energía renovable, las ecoaldeas, el movimiento Slow, la economía colaborativa y bancos del tiempo…

Y lo más importante de cara al futuro: apostar por una educación que fomente el autoconocimiento y la confianza del niño, lo que va a ser de gran ayuda cuando tenga que tomar decisiones y adaptarse a las circunstancias impredecibles. Este es el enfoque de pedagogías alternativas como las impulsadas por Maria Montessori, Rudolf Steiner o Paulo Freire.

Estas alternativas además promueven una educación más activa y cooperativa, en contraposición a la pedagogía tradicional que ofrece contenidos prefijados a los alumnos independientemente de los intereses de estos y fomenta la competitividad, al medirlos a todos por el mismo estándar. Actualmente en la mayoría de las escuelas la prioridad no es ayudar a los estudiantes a encontrar su verdadero potencial, sino que se da más importancia en prepararlos para que tengan “salidas” en el mercado laboral. Algo muy cuestionable, y sobre todo ahora que el sistema que genera los puestos de trabajo está en crisis. Si la educación como la conocemos hoy en día realmente empoderase e hiciese libre a las personas, no tendríamos ahora a la generación mejor preparada deambulando sin rumbo.

Así, poco a poco, vamos allanando el camino. Con medidas en el ámbito político, iniciativas de la sociedad y una educación con otros valores, se forjará una cosmovisión más holística, respetuosa y agradecida con la naturaleza que nos sustenta y con las personas con las que la compartimos. Como se propone en el párrafo 51 de la Carta abierta de Bolivia al resto del mundo: “Entendemos que el desarrollo sostenible entraña un cambio en el orden de las prioridades de la generación de riqueza material a la satisfacción de las necesidades humanas en Armonía con la Naturaleza. La excesiva orientación hacia los beneficios no respeta la Madre Tierra ni tiene en cuenta las necesidades humanas”v. Una vez estén reasentadas las prioridades en el orden correcto, podremos empezar a trabajar de forma conjunta para solucionar los problemas que ponen en peligro la existencia del ser humano en la Tierra. Y para lograr que haya una contracción (por parte de los países del Norte) y una convergencia (por los del Sur) y dejar atrás una historia de abuso e injusticia. Pero para que estos cambios sean sostenibles en el tiempo y se den a un nivel profundo, tienen que hacerse desde los dos elementos esenciales: garantizar el bienestar de los seres humanos y respetar la naturaleza que nos sostiene. El mundo nos pide a gritos que lo miremos de otra forma. ¿Vamos a escucharlo?

 

REFERENCIAS

 

[i] Naomi Klein: Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima.
[ii] Naomi Klein: Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima.
[iii] Paolo Bifani: Medio ambiente y desarrollo sostenible